Cada vez es más frecuente encontrarnos con profesionales, amigos y conocidos que están hartos de su empresa, de cómo lo tratan y de lo poco aprovechado que están en ella. ¿Qué está pasando? ¿Hay un sentimiento general de desilusión? Y, si es así ¿Cómo podemos evitarlo?
Esto tiene mucho que ver con el Síndrome del Quemado o BurnOut. Se trata de un estrés laboral crónico que va afectando negativamente a la capacidad física y mental para desarrollar su trabajo por una falta de motivación absoluta y que termina con una actitud de “malos modales” en el trato a los demás. Este tipo de estrés laboral es muy frecuente en personas que se dedican a la docencia, a la gestión de personas,etc.
Analicemos el porqué del BurnOut
La empresa como organización y como cultura han sido siempre temas que en Ojúlearning nos han fascinado. El papel de las personas que trabajan en ellas y la necesidad de crear ambientes que fomenten la integración y participación, suponen un reto decisivo para garantizar la continuidad y la adaptación a los nuevos tiempos.
Leyendo nuestro último post de invitado, me resulta curioso (chirriante mejor) que todavía tengamos que estar convenciendo a gerentes, responsables de recursos humanos y/o pequeños empresarios de la importancia de la formación como herramienta clave para subsistencia y desarrollo de la empresa.
Por otro lado, Dani en otro post nos decía que aprender buscando soluciones era una buena metodología para avanzar y aprender nuevas competencias y habilidades. Las personas se convierten en actores activos de las organizaciones. Se convierten en el el foco y se les carga con la responsabilidad del crecimiento (o aguante) de la empresa.
Así, podemos afirmar que hay 3 factores en juego que determinan la situación actual de la empresa:
1.- El ecosistema de la empresa. Todo lo que le rodea está en continuo cambio. Hoy más que nunca éstos operan de manera vertiginosa por lo que alinear misión empresarial con demandas del mercado se hace cada vez más difícil (máximo en organizaciones muy tradicionales), provocando que muchas de ellas no sepan afrontar el cambio.
2.- La formación como herramienta. Siempre lo ha sido y seguirá siendo necesaria. Las personas necesitamos aprender, reaprender y mejorar. Las empresas evolucionan con su ecosistema, se transforman y surgen nuevos horizontes. Si las personas que la forman no tienen los recursos y herramientas necesarias para acompañarla, se produce una brecha que puede llevar al caos.
3.- La Proactividad en los trabajadores. La tecnología, las redes y el acceso a la información han creado un fenómeno sin precedentes. Bajo mi punto de vista, hoy los perfiles profesionales avanzan mucho más rápido que la organización donde se encuentran. Surgen propuestas de mejora desde todas las estructuras organizativas. Son muchos los profesionales que piden tomar la iniciativa y proponen horizontes nuevos a sus empresas para alcanzar las demandas del ecosistema.
El problema
Por un lado surgen profesionales proactivos en las empresas y con ganas de avanzar, de proponer nuevas ideas, etc. Nace un nuevo modelo de empleado: versátil, polivalente, adaptativo y con capacidad de análisis orientado a la resolución de problemas.
Y por otro lado, todavía existen empresas con una cultura organizacional muy tradicional donde las decisiones estratégicas se hacen jerárquicamente y sin participación de los trabajadores porque entienden que sus funciones son otras (un pensamiento reduccionista muy de la era industrial que todavía sigue estando presente).
Demandan crecer, mejorar competencias y exigen Planes de Formación pensados y estratégicos que pueda llevar al éxito ambas partes.
Una posible solución
Un profesional que ya tiene el síndrome de burnout es difícil recuperarlo. Pasa de tener a una persona competente y comprometida a encontrarse con otra quemada y con escasa motivación. Llegados a este punto, las soluciones son drásticas. Pero, antes ¿cómo podemos evitarlo?
El crecimiento del trabajador como profesional (aprendizaje permanente) no es responsabilidad exclusiva de la persona; la empresa debe contribuir para tener un equipo preparado para el cambio y con capacidad para marcar estrategias innovadoras.
Pasar de estructuras tradicionalmente jerárquicas a otras más horizontales y participativas para conseguir integrar todo el potencial de estos trabajadores.
Y todo esto se consigue con… claro que sí, lo habéis adivinado: con FORMACIÓN.
Hablamos de una formación profunda y a la vez específica. Una formación que no esté orientada solo a los procesos productivos, sino que se dirija a los que creen que no la necesitan: a los directivos, a los mandos decisorios, a las direcciones de departamento, etc.